Escribo estas palabras a la vuelta del River-Boca (28 de
octubre, 2-2), con bronca considerable y conclusiones de lo más tristes. Es que
el fútbol argentino está infectado (y cada vez me convenzo más) por un gran
virus (llámesele capitalismo, llámesele grondonismo,
llámesele como se quiera), una infección que es cada vez más grande y cada vez
se manifiesta con mayor ímpetu en absolutamente todos los aspectos que hacen a
este deporte nacional. Y si la sociedad está enferma, ¿cómo la pasión de
multitudes se iba a salvar?
No basta con mirar para otro lado
porque es imposible encontrar rincón sano. Se perdió toda la dignidad, la
búsqueda de prestigio. Se perdió el placer de una pared, de un caño, el honor
de una victoria merecida, el goce de un “ole”. Sólo el resultado y la biyuya mueven al cerdo. Acá, “hinchas”
de Boca (y no es nada personal) festejan un empate sobre la hora como si fuera
una victoria. Allá, un alcanzapelotas
de quince años esconde la pelota (propiamente dicha) pues un hombre viejo,
ejemplo de los pibes, le indicó que hay que hacer tiempo cuando el equipo gana.
En la A.F.A., los dirigentes transan, arreglan cada resultado y cada número
como si estuvieran hablando de aritmética. En el club más grande de la
Argentina, un parásito intenta arreglar un contrato con un muchachito de trece
años, y llevárselo para Europa. Un jugador finge estar agonizando para ganar
treinta segundos. En una oficina, un “periodista” inventa chimentos
comerciales. Fuera de las canchas, lacras actúan de hinchas y agreden hasta
asesinarlas a dos personas, sólo porque su camiseta tenía otros colores.
Ejemplos sobran; tanto adentro
como fuera de las canchas. Cada hecho lamentable está atravesado por una
idiosincrasia repugnante. ¿Cuándo llegará el día en que la situación se sature
al punto tal de tener que empezar de cero? Quizá deben morir muchos más
inocentes. Quizá deben ser hechos dinero muchos muchachos más. Mientras tanto,
no queda otra que poner el grito en el cielo y refugiarse en los pocos sitios
que sobreviven a esta vorágine: un técnico (Martino, Bielsa, lujitos
extraordinarios), un presidente (Cantero), una revista. Gracias Un Caño por
darme esperanzas de que todavía hay quienes piensan como uno, gracias por darme
un lugar en donde observar tal y como es a la crudísima realidad que hoy le
toca vivir al fútbol argentino.
Un brindis por Francescoli, por
Bochini, por el Beto Alonso, por el viejo y entrañable paladar negro. ¡Salú y
que vuelvan los viejos tiempos cuanto antes, porque vivir sin fútbol es algo
insoportable!
Por Facundo Calabró
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